domingo, 16 de marzo de 2008

Historia del Teatro chileno

Teatro Chileno
Aunque aparentemente exigua, la producción teatral chilena exige un cuidado sumo al que desee elaborar un cuadro critico exhaustivo de ella. El género dramático, alma del complejísimo arte escénico, surge sólo en ambientes culturales evolucionados. Acelerar en forma artificiosa su desenvolvimiento perjudica la autenticidad indispensable de correspondencia entre el arte y su medio. El teatro nacional, benigno, sin embargo, ante los influjos foráneos, acoge, no siempre con éxito, las experiencias técnicas, temáticas o expresivas trasplantadas a nuestros escenarios por encientes compañías extranjeras. Fluctúan te entre la adaptación y la originalidad, el verso y la prosa, lo universal y lo puramente criollo, lo jocoso breve y lo serio extenso, el teatro chileno ha recorrido ya la parte más azarosa de su camino, en la cual numerosas producciones, no siempre carentes de valor, han debido contentarse sólo con una decente publicación. Así acontece con las obras Al amor vence el dolor (1803), de Juan Egaña, y Camila (1817), de Camilo Henríquez, patriarcas del teatro nacional. De la fe de estos escritores citados en las posibilidades de nuestra literatura dramática, han quedado vigorosos documentos periodísticos, tan interesantes para el investigador como los artículos teatrales insertados por Andrés Bello en las páginas de £1 Araucano. Está afición de Bello fructifica en Los amores del poeta (1842), de su hijo Carlos (1815-1854), drama de escaso mérito artístico, pero de innegable trascendencia histórica por la influencia ejercida. Ese misino año, el valenciano Rafael Minvielle (1800-1871) publicó en Santiago la obra Ernesto, generada como la anterior en un romanticismo de raíz europea. Su calidad literaria es superior, pero su aceptación se debió más que nada a motivos circunstanciales.
Es interesante anotar en estas reflexiones preliminares el carácter de constante temática que presentan los asuntos históricos nacionales o externos. En 1850, Salvador Sanfuentes escribe Juana de Nápoles, de originalidad y valor muy discutibles, seguido en 1858 de La conjuración de Almagro, de Guillermo Blest Gana, más amigo del aspecto formal que de la solidez interna. Carlos Walker Martínez (1842-1905) compone el drama Manuel Rodríguez en 1865, basado en sabrosas anécdotas populares, muy del gusto, en consecuencia, de la masa de aquellos años. En 1874, Daniel Caldera (1852-1896) agrega a esta serie Arbaces o El ultimo Ramsés. Domingo Izquierdo (1859-1886), no obstante, su débil talento teatral, obtiene con el drama La Quintrala (1884) una de las versiones más originales de la vida de esta mujer, presentada en , un ambiente delineado con acierto. Se suman luego, en 1884, los títulos Luis Carrera y Don Alonso de Ercilla, de Pedro Nolasco Urzúa, dramas hoy totalmente olvidados. Antonio Espiñeira añade, en 1886, Cervantes en Argel. Con material extraído de la guerra del Pacífico, Juan Rafael Allende (1848-1909) construye los dramas El cabo Ponce y El general Daza, en 1898 y 1917, respectivamente. Max Jara y Carlos Mondaca adaptan para el teatro, en 1911, la novela Durante la Reconquista, de Alberto Blest Gana. Como punto final de esta visión panorámica formada por elementos escogidos un poco al azar, tenemos La batalla de tacna (1922), de Fernando Muriel Reveco (1853-19?). En la mayor parte de estas obras de matiz histórico, escritas por lo común en versos, el estilo se inclina hacia la técnica romántica, interferida al comienzo por el frío didactismo neoclásico y hacia el final por el detallismo costumbrista del realismo.
Paralelamente al drama histórico, se desenvuelven variedades temáticas plausibles, revestidas en un principio con las formas livianas del saínete o apoyadas en los recuerdos musicales de la zarzuela. Famosas fueron entre estas últimas Jugar con fuego (1858), de Ventura de la Vega; Los diamantes de la corona (1858), de Francisco Camprodón, y El pasaporte (1865), de Guillermo Blest Gana. Si estas zarzuelas, vehículo muy usado por el teatro lírico pos-romántico, se limitaron más bien a revivir éxitos peninsulares, los sainetes, en cambio, sirvieron de expresión utilísima al nacionalismo literario, tan grato a Lastarria y Jotabeche.
3. Al comenzar la segunda mitad del siglo XIX, se, agrega al teatro nacional un tinte costumbrista, en que lo irónico y lo critico se hermanan. A El jefe de la familia (Raúl Silva Castro publicó en 1956 un excelente estudio de esta obra)» (1858), de Alberto Blest Gana, creación satírica aceptable, siguen las producciones de méritos muy desiguales de Román Vial (1833-1896) y Valentín Murillo (1841-1896), dos autores dramáticos de segundo orden que abonan el terreno a Daniel Barros Grez (1834-1904), con Choche y Bachicha (1872) el primero y con El patio de los tribunales (1872) Murillo. Entre las obras de Barros Grez, breves y entretenidas, sobresalen Como en Santiago (1875), Cada oveja con su pareja (1879), El tutor y su pupila (1880), Ir por lana (1880), Casi casamiento (1881) y El ensayo de la comedia (1889), todas ellas gratas incluso al exigente gustó de nuestros días. La tendencia didáctica del autor no alcanza la frigidez o mesura excesiva que suelen presentar las obras neoclásicas. A sus personajes, extraídos de la clase media, les infunde gracia y personalidad suficientes como para disculpar cualquiera intención moralizadora del tema. Es digno también de recordarse en este capítulo Antonio Espiñeira (1855-1907). Aunque poco fecundo, poseía un verdadero instinto dramático, visible de un modo especial en la caracterización de personajes. Lo sicológico y lo vernáculo cautivaron preferentemente su atención. Celebrada fue Chincol en aceite (1876), graciosa pugna palladoresca entre un roto dicharachero y un huaso vivaracho. Daniel Caldera (1852-1896), sin romper del todo con el costumbrismo, analiza en El tribunal del honor (1877), drama de clave, en prosa y de carácter realista, uno de esos problemas sociales que tanto interesarán a los dramaturgos de algunos decenios más tarde. Su producción, sin originar escuelas, figura como una avanzada artística del positivismo, filosofía que a través de Un juez campesino (1920), de Adolfo Urzúa (1863-1937), se lanzará hacia el siglo XX en busca de un ambiente más propicio. Aunque Caldera fue incapaz de remontarse, como su afán de universalizar lo nacional requería, supo ahondar en los valores humanos. En 1885, el costumbrismo incursiona decidido dentro de lo exclusivamente criollo con el saínete Don Lucos Gómez, de Mateo Martínez Quevedo (1848-1923), que despertó inusitado interés a pesar de su pobreza temática y formal. El argumento proviene en gran parte de El caballero y el huaso, una de las cuatrocientas fábulas originales de Barros Grez.
Los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX se caracterizaron por un receso en la actividad creadora. Cabría mencionar si las obras de Emilio Rodríguez Mendoza, pues son las únicas que logran romper la apatía nacional. La probable causa de esta esterilidad radica en él desorbitado apego al género chico (Se denomina así a las obras, livianas o breves, como la zarzuela o el sainete) español que predominó sin contrapeso en el ambiente teatral chileno. Solamente a partir de 1810 es posible observar una recuperación en nuestros dramaturgos. Por desgracia, este impulso se ve pronto obstaculizado por inclinaciones literarias que provocan una lamentable dispersión. El auge del género novelístico, la tradición de los estudios históricos y el interés creciente del periodismo pueden considerarse como causas básicas de este desbande. Promisorios fueron los nombres de Aurelio Díaz Meza, Antonio Orrego Barros, Víctor Domingo Silva, Eduardo Barrios y Rafael Maluenda. Del primero de ellos es


digna de mención Rucacahuiñ (1918), zarzuela tan interesante como el drama Bajo la selva (1913), ambientado en la época de las guerras de Arauco. En la producción de Orrego Barros y con un estilo que hace pensar en los hermanos Alvarez Quintero, se destaca La marejá (1911). En 1908, Víctor Domingo Silva estrena El pago de una deuda, en un acto. La vacilación técnica de esta producción aparece sucesivamente superada por Como una ráfaga (1910), Nuestras víctimas (1911), La vorágine (1916), Más allá del honor (1923) y Fuego en la montaña (1938). Un hondo sentido patriótico y un tono místico de predicador social uniforman el estilo dramático de Víctor Domingo Silva. El vocabulario es amplio; gusta de la expresión sonora. A Eduardo Barrios, en cambio, lo atrae más el análisis de caracteres que los problemas sociales. Su teatro proyecta capítulos de la vida de nuestra clase media en constante transformación. La realidad con sus casos de conciencia, sus crisis morales y sus inquietudes anímicas revive en un estilo que sabe usar la técnica con talento. En Mercaderes en el templo (1910) hay tal vez demasiados resabios románticos, pero la intuición sentimental lo libra de la sensiblería. Por el decoro (1912) es un entremés en que el naturalismo se anuncia con su inclinación a los estudios minuciosos, verticales de la vida humana. Lo que niega la vida y Vivir son dramas dolorosos, irónicos y pesimistas, reflejos de situaciones cotidianas. Publicado el primero en 1914 y el segundo en 1916, son cómodos documentos de estados sociales y progresión estilística. La intriga está, bien llevada; la ación es lenta. De los personajes, las mujeres aparecen mejor estudiadas. La producción dramática de Rafael Maluenda surge alimentada por el teatro francés. Se inicia con el entremés Por un clavel (1907), al que añade luego La suerte (1911), con marcado acento ibseniano; Luz que no muere (1920), La madeja del pecado (1920) y Triángulo (1930), 9e corte sobrio donde resalta un diálogo bien estructurado. Para el cine compuso La víbora de azabache.
5. A mediados del segundo decenio del presente siglo, empiezan.a notarse las influencias del comediógrafo y actor español Manuel Díaz de la Haza. A su nombre están unidas las representaciones de El bordado inconcluso (1913), de Daniel de Ja Vega; Vida cruel (1913), de Víctor Domingo Silva; El asedio (1915) y AíaZ hombre (1918), de Rene Hurtado Borne (1887-1960); La süla vacia (1912), de Juan Manuel Rodríguez (1884-1917). Pero es indudable que la figura sobresaliente entre los elementos formados por Díaz de la Haza es Armando Moock (1894-1942), dramaturgo inteligente, con disposiciones dramáticas excepcionales. Perspicaz, oportuno, hábil en la intriga, natural en los desenlaces, mueve los personajes con soltura; no se, excede en el sentimentalismo, ni se propasa
en metódicas lucubraciones. La expresión, sin ser perfecta, peca raras veces contra la propiedad estilística. La originalidad es relativa. La primera creación destacada de Mobck es Isabel Sandoval, Modas (1915), drama urbano de fondo sicológico, desarrollado en dos actos. La sencillez y la claridad extremas del fondo y de la forma constituyen su adorno máximo. La rapidez del diálogo suele tropezar con las ponderadas reflexiones de don Alejo, remedos de aquel don Pedro de El café, de Moratin. La figura de Lalo, caracterizada con cierta arbitrariedad, reaparecerá en Rebeca, de Pueble-cito U918). En Juan, el hermano pródigo, se vislumbra un Martin Rivas, con menos sinceridad y adversa fortuna. La lectura de'Pue-blecito deja la impresión de una obra acabada. Los caracteres y el ambiente provincianos aparecen estudiados prolijamente. Una trama amena e interesante se desenvuelve en un estilo conciso, jalonado de observaciones amorosas de carácter doméstico. Entre los personajes resalta Marta con la frescura vivaz de su formación urbana; Rebeca, amorosa y resignada; Juan Antonio, apasionado y voluble. Dos años más tarde Armando Moock representa en Buenos Aires, donde desempeñaba el cargo de cónsul de Chile, La serpiente, tal vez el mejor estudio de caracteres del teatro nacional. El desparpajo de Carmen Rosa, la madura ingenuidad de Mirella, la romántica indecisión de Roberto, la neurosis de Pedro, la filosofía paradojal de Manríquez, la personalidad indefinible de Luciana, son recursos conflictuales adecuadamente manejados. Ciertas impropiedades lingüisticas y la lentitud del segundo acto no restan méritos al drama. La serpiente ha sido traducida al inglés y al portugués. El ambiente argentino explica algunas peculiaridades de Mr. Ferdinand Pontac y mocosíí&, estrenadas en Chile en 1929.
En este segundo decenio se ubican las obras más conocidas de Eduardo Valenzuela Olivos (1882-1948), y Hugo Donoso Qaete (1900-1918). Valenzuela "Olivos maneja en una trama sencilla un ideario de apariencias inocentes, pero de claro fondo doctrinal. Cultiva la poesía y la prosa. En 1909 edita una serie de poemas con el titulo de Infantiles, completada en 1944 con Poesía de la niñez (poesías, monólogos, diálogos y comedias para niños). En 1915, basado en un tema bélico, escribe un drama en versos titulado El toque del clarín, seguido ese mismo año del breve y excelente juguete cómico en prosa Veraneando en Zapallar, jocosa critica social en un acto, veinte escenas y ocho personajes. En 1917 añade a su producción dramática El porvenir de los hijos, comedia en tres actos y en prosa. Donoso Gaete, muerto trágicamente en la adolescencia, es recordado en la historia del teatro nacional por el popular drama ¿os payasos se van (1917), obra de corta extensión, en dos actos, una escena en cada acto y ocho personajes. Fue estrena-
da por la compañía de Manuel Díaz de la Haza el mismo año de su producción, pero sólo en 1932 aparece editada. Dignas de destacarse son las caracterizaciones de Rafael, el protagonista, amador de corte romántico y liberal; Ramón, el abuelo, dicharachero, experimentado y alegre; Sinforosa, remedo del gracioso lopesco.
7. En esta misma época empiezan a sobresalir numerosos dramaturgos de muy variada temática y distinta valoración estética. Entre ellos cabe mencionar a Nathanael Yáñez Silva, Antonio Acevedo Hernández, Pedro Sienna, Pedro J. Malbrán, Carlos Carióla, Lautaro García, Rafael Frontaura, Germán Luco Crucha-ga, Alejandro Flores, Alvaro Fuga Fisher y Gustavo Campaña. Nathanael Yáñez Silva (1884-1965), es más apreciado por su valor histórico que por la calidad intrínseca de su producción. Acevedo Hernández (1886-1962) cultiva temas folklóricos en que los problemas del hombre humilde y la intención social lo ocupan todo; el estilo es desordenado, pero la expresión se mantiene clara y llana, a la 'usanza naturalista. Acevedo Hernández tiene la sin. ceridad vigorosa del hombre apasionado. Cardo negro (1913), Por el atajo (1920) y La canción rota (1921) pueden servir de ejemplo de su teatro criollo. Pedro Sienna (Pedro Pérez Cordero), personalidad bohemia e intelectual múltiple, nacido en San Fernando en 1893, se formó en la célebre compañía de Báguena y Bührle, heredera de la fama de Díaz de la Haza. Junto a sus creaciones dramáticas, como ¿as cabelleras grises (1932), habría que citar el libro de sonetos El tinglado de la farsa (1923), inspirado en ambiente de teatro, y la novela ¿a caverna de los murciélagos (1920), obra irónica contra los críticos del arte escénico. En la producción y en la vida de Pedro Sienna el romanticismo dejó su impronta. El premio de teatro fue justo reconocimiento a su labor atraída incluso por las actuaciones del cine. Pedro J. Malbrán (1894-1955) sobresale por creaciones breves, saínetes de circunstancias, amenos y graciosos como El cañonazo de las doce, ¿Dónde está Charito? y El misterio del tres por siete veintiuno. Carlos Carióla (1895-1960) gusta también de los temas festivos y de actualidad. Entre sus aciertos figura Entre gallos y medianoche (1919), que recuerda un poco a Don Lucas Gómez. Lautaro García, crítico teatral, aunque no se ha dedicado por entero al teatro, ha logrado interesar por algunos trabajos, como El rancho del estero (1920), de corte costumbrista. Rafael Frontaura (1896-1966), brilló, al igual que Alejandro Flores (1896-1962), más como actor que como autor. Ambos han sido distinguidos con el Premio Nacional de Teatro. Del primero se recuerda ¿o oveja negra (1930); de Alejandro Flores, ¿a comedia trunca (1932). La influencia ejercida por ellos en calidad de propul


sores del interés hacia las representaciones dramáticas es incalculable, tal como acontece con el valenciano Pepe Vila (1861-1936), ídolo del público santlaguino y porteño. Alejandro Flores, no obstante su vena jocosa, ha preferido insistentemente los asuntos graves, sentimentales, en que los problemas sociales encuentran favorable acogida. De Germán Luco Cruchaga (1884-1936) se ha actualizado con éxito La viuda de Apablaza (1928), movido drama de asuntos rural. En 1926 escribió Amo y señor, que tuvo poca aceptación. Gustavo Campaña (1902-1958), al igual que Lucho Córdoba y Alvaro Puga Fisher (1899-1949), siguió la línea de lo cotidiano. Campaña fue un libretista radial apreciado por el público.
Hacia 1940, los deseos de constituir un teatro nacional se acentúan en un grupo de jóvenes de la generación de 1942, emprendedores y de capacidad artística indudable, entre los que sobresalen Pedro de la Barra, autor de Viento de proa (1915) (Watergatí Theatre de Londres la estrenó antes con el titulo de HeaAwind) y La feria (1939); Agustín Siré, María Maluenda, Pedro Orthous, Bélgica Castro, Zlatko Bracio. Es la época en que el teatro poético de Federico García Lorca, sucesor del de Benavente divulgado por María Guerrero, prende en nuestra juventud, gracias al trabajo de Margarita Xirgú. Asi lo vemos en la producción de Santiago del Campo (1916-1962) (Fue también poeta y periodista), Paisaje en destierro (1937), California (1938), Que vienen los piratas (1942) y Morir por Catalina (1948). Dignas de mención resultan otras de sus obras, como una trilogía de la guerra (1946}, integrada por La última hada, Otra vez como antes y El traidor; El hombre que regresó (1947), premiada por el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, el actual ITUCH; El depravado Acuña (1953); una adaptación de la novela Martin RivOs; Creo en Dios; K. O. Ramírez (1980), La casada infiel (1961), Monte Niebla (1961), nueva versión de California; El octavo día, El romancero gitano y Futría, todas de 1962.
Desde la fundación del Teatro Experimental de la Universidad de Chile en 1941 y del Teatro de Ensayo de la Universidad Católica en 1942, el arte escénico nacional ha experimentado un notable progreso. La despreocupación que podría objetársele frente a lo nacional, la ha subsanado felizmente la Sociedad de Autores Teatrales Chilenos (SATCH), verdaderos forjadores del teatro nacional contemporánea. El Teatro de Ensayo ha enderezado rumbos en igual dirección.
Hoy encontramos una serie de nuevos valores. Entre ellos sobresalen Luis Alberto Heiremans, Sergio Vodanovic, Jorge Díaz, Fernando Debesa, Gabriela Roépke, Fernando Cuadra, María Asunción Requena, Isidora Aguirre, María Elena Gertner, Camilo Pérez de Arce, Egon Wolff y Alejandro Sieveking. En su mayor parte pertenecen a la generación de 1957.
Luis Alberto Heiremans (1928-1964), médico, fue un dramaturgo de realización plena. Su nombre se recordará junto a las figuras más representativas de la renovación literaria propiciada por la promoción del 57. En -un plazo breve compuso la mayor parte de sus obras: Noche de equinoccio, estrenada en 1951, marca el punto de partida; siguen, luego, La hora robada (1952), Premio Municipal de Teatro; La eterna trampa (1953); Navidad en el circo (1954), adaptación de una obra francesa de Ghéon; La jaula en el árbol (1957), Premio de la Crítica; Esta señorita Trini (1958), historia de una muchacha enamorada absorbida por un mundo exor-bitado y barroco, comedia musical escrita en colaboración con Carmen Barros; Los güeñas versos (1958 y Sigue la estrella (1958), piezas que constituyen una nueva forma de auto sacramental; Moscas sobre el mármol (1958), de dramatismo hondo por la tensión conflictual permanente y multilateral; Es de contarlo y no creerlo (1958), adaptación de una obra norteamericana; El diálogo de las carmelitas (1958), adaptación con Gabriela Roépke de la obra del mismo nombre de Georges Bernanos. Publicó también las novelas Los demás (1952), Seres de un día (1960) y Puerta de salida (1964). En pocos dramaturgos es tan visible como en Luis Alberto Heiremans la unidad temática mantenida en la producción. Toda ella está encadenada por un sentido de soledad cósmica del hombre, de incomunicabilidad. Sus personajes) son criaturas de carne y hueso y no meras ficciones de literatos; sin embargo, en ocasiones, como en La hora robada, se vive fuera de la ¿realidad cotidiana: reina lo maravilloso.
Sergio Vodanovic (1926) empezó su producción con El príncipe azul (1947), pieza en un acto. En 1952 estrenó un drama tenso y bien estructurado, El senador no es honorable, obra distinguida con cuatro premios de categoría. Añade, en 1953, una comedia liviana, Mi mujer necesita marido, llevada en Méjico al cine. De igual índole es La cigüeña también espera (1953). La más alabada de sus creaciones apareció en 1959 con el bello título de Deja que los perros ladren. Podría establecerse cierta similitud de motivos entre esta obra y las novelas El cepo (1958), de Jaime Laso, y En vez de la rutina (1959), de Waldo Atías. En las creaciones livianas puede rastrearse, por los gustos y tendencias, la presencia de Jardiel Poncela. Vodanovic admira a Arthur Miller, el recordado autor de Todos son mis hijos. Su teatro rebasa lo nacional al enfocar problemas humanos universales, como la desorientación juvenil, la ausencia de ideas directrices, la lucha entre valores fundamentales y valores secundarios. Su profesión de abogado confiere cierto matiz logicista a sus obras. Cabe hacer notar que Sergio Vodanovic estudió técnica teatral en la Universidad de Columbia con Eric Bently y en la Universidad de Yale con John Gassner. Sus personajes, por la tendencia de Vodanovic a la síntesis, suelen dar la impresión de seres descarnados, pero en el fondo resultan auténticamente humanos. Viña obtuvo el Premio Municipal en 1965, junto con Ayayema, de María Asunción Requena (1915).
En Fernando Cuadra (1927), desde sus primeras producciones, nacidas al calor de García Lorca, es posible observar una decidida vocación hacia lo original. En 1945 publica La encrucijada, drama sicológico en que los personajes se detienen a examinar la esencia espiritual que se les ha asignado. En 1948, Los Medeas añade un nuevo elemento a su progreso. La ciudad de Dios (1949), misterio medieval trágico que persigue una síntesis de lo ideal y lo concreto, despierta juicios encontrados en la crítica teatral. Pesa sobre sus producciones una nota de soledad que traduce la inquietud del artista por encontrar su propio camino. En Las murallas dé Jericó (1950), tragedia con aroma bíblico, logra una expresión cabal de los problemas que conmueven al mundo de nuestros días. En 1951, Fernando Cuadra estrenó con éxito Elisa, fábula risueña, discordante con la seriedad temática preferida por él. El matiz criollo que allí se presiente anuncia cambios en el teatro de Cuadra. Después de publicar La desconocida (1954), añade a sus experiencias la que otorgan los viajes. Conoce y estudia los ambientes teatrales de España, Francia, Italia y Portugal, y allí brota una fórmula en que lo humano y lo técnico, lo social y lo estético hunden sus raíces en un nacionalismo trascendente. La vuelta al hogar, estrenada en 1955 en Madrid, fue la primera realización de esta idea. Esta obra aporta un antecedente útil para la interpretación de Doña Tierra (1956). En 1958 escribió El diablo está en Machalí, seguida en 1960 por El mandarrias y Rancagua, 1914, producción de índole histórica. La adaptación de la novela Los últimos días (1966), de Fernando Rivas, y La niña en la palomera (1967) cierran por ahora su labor. El arte de Fernando Cuadra es bien delineado; sus diálogos, fluidos y jugosos. Sabe aunar con tino lo poético y lo prosaico de la vida.
Isidora Aguirre (1919) ha escrito obras elogiadas por la crítica teatral, como Las Pascualas (1957) y La pérgola de las flores (1960), en colaboración esta última con Francisco Flores del Campo. Anteriormente había publicado Pacto de medianoche (1954» y Carolina (1955). En sociedad con Manuel Rojas compuso Población Esperanza (1959).
Gabriela Roepke (1920) dramatiza conflictos humanos deriva dos del enfrentamiento del hombre con su realidad o circunstancia. La conciencia de la soledad del ser humano en el universo; la certidumbre de la muerte al final de cada línea vital, pueden despertar el espíritu de lucha en el individuo o llevarlo a la autodestrucción. Gabriela Roepke, conocedora de la sicología de sus personajes, plantea situaciones de agudo suspenso en que se insinúan posibilidades diversas de solución. Una onda lírica suave comunica rasgos de emotividad subyacente y fina a sus héroes. Los estudios de arte dramático realizados en Estados Unidos la ayudan en su afán de universalizar sus creaciones, sin romper los nexos entre el arte y la realidad. Entre las obras de Gabriela Roepke sobresalen La invitación (1954), Los culpables (1955), Las santas mujeres (1955), La telaraña (1958), Una mariposa blanca (1958), Juegos silenciosos (1959) y Los peligros de la buena literatura (1959).
Fernando Debesa (1921) prefiere teatralizar asuntos costumbristas enraizados en realidades auténticas, como se observa en la comedia Mama Rosa (1958), premiada, dos años antes de su publicación, por el Teatro Experimental. En los Juegos Literarios Gabriela Mistral, recibió un premio su drama El árbol Pepe. En 1961 agregó dos nuevos títulos: La posesión y la crónica dramática Bernardo O'Higgins, seguidas en 1962 de El guerrero de la paz.
Jorge Díaz (1930) es un dramaturgo que ha adquirido renombre con celeridad por lo novedoso de su técnica y arte en el ambiente nacional. Egresado de Arquitectura (UC) en 1953, ha cultivado el verso y el teatro. La más celebrada de sus obras ha sido El velero en la botella (1962) (Traducido al inglés por Jorge A. Cánepa, C. S. C., en 1964, con el titulo de The Sailboat in the bottle.), visión irónica y cáustica de la incapacidad del hombre moderno para amar, porque ha perdido el poder de comunicación con los otros seres. Sus tipos son más bien símbolos que personas. Viven en un mundo superrealista, distorsionado por "el vidrio de la botella que los encierra". Sin embargo, a pesar de la irrealidad de esos caracteres y de ese mundo, todo cuanto en la obra se dice resulta comprensible, aplicable. Recuerda un poco a Bertold Brecht. Hombre reservado, casi tímido, se entrega con pasión a la literatura, válvula compensatoria. Sus primeras producciones fueron Manuel Rodríguez (1957) y El cepillo de dientes (1960); luego, Un hombre llamado Isla (1960), Réquiem para un girasol (1961), El lugar donde mueren los mamíferos (1963) (Traducido al alemán en 1956) Variaciones para muertos de percusión (1964), El nudo ciego (1965) y Náufragos en el parque de diversiones (1965). Él ICTUS ha representado casi la totalidad de sus obras.






Cuentos chilenos

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Veraneando en Zapallar

EDUARDO VALENZUELA OLIVOS Chileno (1882-1948).

OTRAS OBRAS:
Una aventura de Manuel Rodríguez, La Epopeya de Iquique,
Doña Paula Jara Quemada.

ACTO ÚNICO
La escena representa el patio de la casa de don Procopio Rabadilla. En primer término, a ambos lados, puertas que dan acceso a habitaciones interiores. Alegran el patio numerosas matas de zapallo con sus frutos, destacándose visiblemente.
Al levantar el telón, don Procopio está sentado leyendo atentamente el diario, mientras doña Robustina examina unos figurines de modas, junto a una mesita de bambú. Hay varias sillas en amable desorden.

ESCENA PRIMERA
Procopio y Robustina.
Procopio: (leyendo un diario). "Se encuentran veraneando en Zapallar el talentoso abogado don Procopio Rabadilla, su distinguida esposa doña Robustina Jaramillo y sus encantadoras hijas Amparo, Consuelo y Esperanza. ¡Qué tal el parrafito!
Robustina: Procopio... no me saques de mis casillas. En lugar de agradecerme lo que hago por prestigiar nuestro nombre por asegurar e! porvenir de nuestras hijas... por darte brillo.
Procopio: Sí... ya lo tengo en la tela de mis trajes.
Robustina: Intentas burlarte de mí... Procopio vulgar, hombre inútil.
Procopio: Mujer, no me insultes, si no quieres que...
Robustina: Infame. Abogado sin trabajo.
Procopio: (sin hacerle caso.) Veraneando en Zapallar... Afortunadamente no mentimos, porque este último patio de la casa ostenta unas hermosas matas de esa sabrosa legumbre.
Robustina: Claro. Muy justo. Muy natural. ¿Qué habrían dicho las amistades si hubieran sabido que nos quedábamos en Santiago?
Procopio: Eres insoportable mujer, con tus pretensiones ridículas. Tan bien que estaría yo a estas horas, dándome un paseo por las piscinas.
Robustina: Atisbando a las lolas... a las bañistas. Si te conozco, Procopio. Si sé que eres un eterno enamorado.
Procopio: Exageras, mujer. Lo que hay es que soy aficionado a la geometría, y a estudiar en el terreno las rectas, las curvas, los catetos y las hipotenusas...
Robustina: Pues, si quieres estudiar matemática, no tienes más que encerrarte en tu cuarto.
Procopio: ¡Ay, la suspirada libertad! Y se dice que las mujeres no mandan. Yo no sé qué mas pretenden las señoras con sus teorías feministas
Robustina: Nosotras somos las mártires del deber
Procopio: Y nosotros los mártires para pagar las cuentas de la modista, de! lechero v de todo..
i Ah!, esta vida es horrible, desesperante. (En alta voz y paseándose a grandes pasos). ¡Cómo encontrar consuelo, cómo hallar una esperanza, en dónde buscar amparo a esta crítica situación...!

ESCENA SEGUNDA

Dichos, Amparo, Consuelo y Esperanza.

Amparo (entrando): ¿Nos llamabas papá?
Consuelo (entrando): Aquí estamos
Esperanza (entrando): ¿ Qué deseas?
Procopio (primero extrañado, y recordando después): -Ah, de veras. Me olvidaba, hijas mías, que os llamáis Amparo, Consuelo y Esperanza, aunque precisamente sois lo contrario de esos dulces nombres.
Amparo: ¿De qué conversabais?
Robustina: ¿De qué ha de ser, hijas mías? De nuestra situación, de que tu padre no cesa de protestar por el encierro voluntario a que nos hemos sometido para guardar las apariencias.
Consuelo: Es una situación atroz.
Esperanza: Horrible.
Consuelo (a don Procopio): ¿Cómo no lograste papá, juntar dinero para salir a las playas?
Procopio: Porque los juicios son pocos. Ya la gente no litiga como antes, Ya se está convenciendo de la verdad de que "más vale un mal arreglo que un buen pleito". Y porque finalmente todo os lo habéis gastado vosotras en trajes, zapatos, bailes, etc.
Amparo (escandalizada): ¿Has oído, mamá?
Robustina: No le hagas caso. Por él ojalá salierais vosotras con trajes de percal, o sin trajes. Vuestro padre no sabe de lujo, ni de distinción (despreciativamente). Desciende de la familia de los Rabadilla; mientras que yo soy noble y de antigua estirpe... (con mucha dignidad y orgullo). Soy de los Ja-ra-mi-llos... Entre mis antepasados se encuentran un general y un obispo. Sería pedir peras al olmo pedirle a tu padre distinción, chic, savoir faire, confort. No pertenecerá jamás a la élite...
Procopio: ¿Quieres traerme el diccionario, Amparo, para ir traduciendo lo que me dice tu madre?... Es una suerte que me insulte en francés, porque así no me entero inmediatamente...

ESCENA TERCERA
Dichos y Luchito.

Luchito (entrando): ¿Hay dificultades?
Procopio: Sí, hijo mío tu madre...
Robustina: Tu padre era el que...
Luchito: En fin, la paz se ha restablecido. Me alegro.
Procopio: ¿Estabas estudiando?
Luchito: Sí, papá, inglés. Es difícil, pero ya me va gustando.
Procopio: Muy bien. Es un ramo útil. Sobre todo para entenderse con los gringos. Tú sabes que siempre andar como nubes por todas partes
Robustina: ¿Y cómo andan los repasos de geografía?
Luchito: Te diré. De la geografía no me preocupo
mucho, porque se está modificando constantemente.
Consuelo (siguiendo la conversación que ha mantenido con sus hermanas en un grupo aparte, en primer término): ¿Qué será de Carlos?
Amparo: ¿Y de Ernesto?
Esperanza: Es terrible no tener noticias de nuestros novios.
Consuelo: De seguro que irán a Zapallar por vernos.
Amparo: ¿Y al no encontrarnos se pondrán a cortejar a otras?
Esperanza: Por Dios. No quiero figurármelo. (Siguen conversando entre sí, animadamente).
Procopio (a Luchito): Es una vergüenza. Reprobado en tres exámenes. Y en cada uno con tres negras.
Robustina: Si hubiera sido con una solamente, habrías pasado bien.
Luchito: Lo mismo digo yo. Mi ideal habría sido salir con una sola negra... (Aparte). Con una negra picara: la Teresita que me quiere mucho. En fin, echaremos un vistazo a la ciudad. Treparemos al observatorio (Trepa en la escala que está apoyada en el muro.) Caracoles, ¿ Qué es eso? ¿Una humareda en la casa vecina?
Procopio (temeroso): Deja ver (sube a la escala.) ¡Dios mío, lo que faltaba: un incendio! Habrá que ir poniendo en salvo los muebles.
Consuelo: ¡Ay, Dios mío!
Esperanza: Ampáranos, Virgen de los afligidos.
Luchito: ¡Qué situación más ridícula!
Procopio (a Luchito): Corre, Grita. Llama a los bomberos.
Robustina: No... No.
Todos: ¿Eh?
Procopio: Pero mujer, ¿qué pretendes?
Robustina: Nada, que no podemos salir. (Imperiosamente) ... Que no sale nadie.
Procopio: Pero ¿estás loca, mujer?
Robustina: Nosotros no estamos aquí. Estamos en Zapallar, ¿entiendes? Si la casa se quema, nos quemaremos en ella.
Procopio: No me agrada la perspectiva...
Amparo: Pero, ¿qué hacemos?
Consuelo: Hay que pensar algo.
Esperanza: Yo me siento mal.
Luchito: Yo protesto.
Robustina: ¡Chits! Ni una palabra. El ridículo sería espantoso. A ver Luchito, sube al observatorio y ve si cunde el incendio.
Luchito: No, el humo disminuye. Parece que el fuego ha sido sofocado por los propios moradores.
Consuelo: ¡Gracias, Dios mío!
Procopio: Respiro.
Amparo: San Antonio Bendito ha hecho un milagro.
Esperanza: No. Ha sido San Expedito, santo que hace las cosas ligerito.
Amparo: Yo le hice una manda.
Esperanza: Y yo también.
Amparo: Yo un paquete de velas para su altar.
Esperanza: Y yo otro.
Amparo: Bueno, papito. Danos la plata para comprar las velas.
Procopio: Pero entonces, ¿qué gracia tiene que ustedes hagan la manda?
Amparo: Es que nosotros ponemos la intención, pero tú pones la plata.
Procopio: Lo de siempre: yo soy el eterno pagador. Bueno, niñas. Ya se está oscureciendo y es conveniente que os dediquéis a hacer vuestras labores. (Se van Amparo, Consuelo y Esperanza.) (A Luchito): Tú, estudiante reprobado, a repasar tus libros. A ver cómo sales en marzo. (Se va Luchito) (A su mujer): Tú querida Robustina, a zurcirme los calcetines. En estos tiempos no se pueden comprar nuevos. Y yo, me largo a la calle.
Robustina: ¿Eh?
Procopio: Claro mujer. A comprar provisiones para el día de mañana.
Robustina: De veras, me olvidaba. Bueno. Puedes salir pero vuelves luego.
Procopio: ¡Ah, claro! Anda, tráeme el, sombrero y el sobretodo. (Se va Robustina.)

ESCENA CUARTA

Procopio solo. Luego, Robustina.

Procopio (solo): Al fin. Voy a respirar aire, a estar un rato en libertad, lejos de la férula de esta reina del hogar. Compraré las provisiones de costumbre, las dejaré encargadas donde un amigo de confianza en casa de Jerez, en seguida iré a echar una modesta cana al aire y a beber unas copitas con unos buenos amigos que están veraneando como yo. Este Jerez es muy diablo. Anoche me facilitó para los efectos de esta aventura una barba postiza, con la cual podré andar tranquilo, sin que nadie me reconozca. (La saca del bolsillo y la examina.) Por cierto que no le he dicho ni una palabra a mi mujer de este disfraz. (Hace aspavientos y habla mientras oculta la barba en su bolsillo.)
Robustina (entrando y sorprendiéndolo): ¿Qué es eso?... ¿Que estás hablando solo? ¿Qué significan esos movimientos?
Procopio: Problemas, hija mía. Problemas...
Robustina: ¡Ah!
Procopio: (después de ponerse el sobretodo y el sombrero): Bueno, mujer. Hasta luego.
Robustina: No tardes ¿eh?... Y mucha discreción.
Procopio: Pierde cuidado. Hasta luego, esposa mía.
Robustina: Válgame Dios Lo que cuesta mantener el prestigio de nuestra posición social.

ESCENA QUINTA

Robustina y Amparo.

Amparo: (entrando): ¿Y papá?
Robustina: Salió ya, hija mía.
Amparo: ¡Qué contrariedad! Yo tenía que hacerle unos encargos y...
Robustina: Los dejas para mañana, entonces. No hay más remedio.
Amparo: ¡Qué rabia me da no poder salir a la calle, pasar al correo, ver si hay cartas!
Robustina: ¿Carta de quién?
Amparo: De las amigas, naturalmente. (Aparte.) Y si hay alguna del novio, tanto mejor. ¿Qué será
de Ernesto?
Robustina: ¿Cómo Ernesto? ¿No es tu novio Agamenón7
Amparo: No es; era.
Robustina: ¿Cómo así? Explícate, porque yo francamente no me doy cuenta de estos cambios tan repentinos. Por lo demás eres poco expansiva con tu madre. ¿Quién es ese Ernesto?... ¿Dónde lo conociste?
Amparo: En casa de los Gómez. Tu sabes que todos los martes tienen su¿ reuniones, /"ues... en una de ellas fui presentada a él. Simpatizamos en e! acto.,. Es un mozo muy guapo, viste muy bien, está empleado en un ministerio. En fin, es un excelente partido. Yo no he ; querido decirte nada, porque no tenía seguridad de sus intenciones, ni si todo iba a reducirse a simples conversaciones, pero parece que Ernesto piensa seriamente.
Robustina: Me alegro mucho, hija mía,, Pero Agamenón. ¿Qué irá a decir Agamenón?
Amparo: Nada, ¿Qué puede decir? No me gusta ese hombre. No tiene dónde caerse muerto. Es muy antipático. Y luego el nombre que lleva, tan largo y tan. feo: A-ga-me-nón. Há-game el favor mamá, de no hablarme más de él.
Robustina: Pero de todos modo, habría que darle alguna explicación.
Amparo: Ninguna, mamá. Porque has de saber también que a tu candidato Agamenón se le ha visto cortejando a la Rosa del Campo, a la Violeta del Valle, a la Hensia de los Ríos, a la Margarita Montes, a la...
Robustina (interrumpiéndola): Basta, hija mía. Se ve que ese individuo no es un hombre: es un picaflor. Es un pájaro de cuentas. Has hecho bien en darle calabazas.

ESCENA SEXTA

Dichos, Consuelo y Esperanza.

Consuelo (entrando): No, si quien las ha dado ha sido él.
Robustina: ¿Cómo es eso? ¿Estabas escuchando? Eso es muy feo.
Esperanza (a Consuelo): Faltas a la verdad. He sido yo la que lo ha despedido. No soy como tú, que desesperas porque no encuentras un novio a tu gusto. A mí me sobran.
Consuelo (irónicamente): Las ganas.
Robustina: Pero, qué barbaridad. Parece que los sentimientos fraternales desaparecen al tratarse de estos asuntos.
Esperanza: Es que son muy delicados.
Amparo: Bueno. Basta. Será como ustedes quieran, pero es el hecho que yo seré la primera en contraer nupcias. Porque lo que eres tú (refiriéndose a Consuelo) no te fíes de tu cadetito.
Consuelo: ¿Te da envidia?
Amparo: Lástima. Porque suponiendo que te fuera bien hasta la terminación de sus estudios, -lo que sería un milagro-, cuando ingresara al ejército habría que pedir permiso para que se pudiera casar contigo. Son muchos trámites. Hay que gustarle a los padres, a los hermanos, a los tíos, a todos los parientes, y todavía hay que gustarle al gobierno. Es terrible.
Robustina: Podías aprender de vuestra hermana menor. Tiene más sentido práctico
Esperanza: Sí, mamá. Yo no deseo jóvenes arrogantes, guapos, o con vistosos uniformes. Prefiero un señor de edad.
Amparo: ¡Qué horror!
Consuelo: ¡Qué atrocidad!
Esperanza: Un señor de edad pero con dinero, que me dé lujo, que me dé gusto en todos mis deseos, que me compre joyas, trajes y auto. No desespero encontrarlo.
Amparo: ¿Pero no te atrae el amor, la juventud, la simpatía que emanan de las miradas cariñosas, la emoción que experimentamos al ver de improviso al ser amado?
Esperanza: Sí. Todo eso es muy lindo, muy encantador, muy poético. Pero no se encuentra fácilmente y, sobre todo, a nuestro alcance. Un novio que sea al mismo tiempo joven rico e inteligente, y en la imposibilidad de encontrar las cosas al gusto de una, opto por lo práctico, por un señor de edad que tenga dinero.
Consuelo: Lo que desea ésta (señalando a Esperanza) es quedar viuda, joven y con plata. Un partido ventajoso, como dicen los hombres.
Robustina: Bueno. Basta de charlas, y a descansar. Está un poco fría la noche, y no conviene estar al sereno. Fácilmente se puede coger un resfrío.
Consuelo: Está bien mamá, Nos vamos (se van todas a sus habitaciones.)

ESCENA SÉPTIMA

Luchito solo. Saliendo en puntillas de su habitación y con el sombrero en la mano, en actitud de salir.

Luchito: Nadie. No hay nadie afortunadamente. Lo que es yo,, me escurro con todo sigilo. Estoy harto de inglés, de matemáticas y de geografía.. (Se va sin hacer ruido.)

ESCENA OCTAVA
Amparo sola, entrando pensativa.

Amparo: ¿Qué será de Ernesto? La última vez que lo vi, fue a la salida de misa... (Se oye ruido en el patio de una de las casas vecinas.) (Alarmada): ¿Quién podrá ser si no hay nadie allí ahora? ¿Habrá entrado algún ladrón?...

ESCENA NOVENA
Amparo y Ernesto.

Ernesto: (asomando arriba del tejado, por la casa vecina): Soy yo, Ernesto.
Amparo: Cielos ¡qué placer! ¿Tú aquí?... Pero ¿a qué se debe esta sorpresa? ¡Qué vergüenza me da al mismo tiempo!
Amor mío, "a Zapallar me dijiste que te ibas", y a Zapallar fui. No estabas. Entonces dije; "Estará en otro Zapallar... y, efectivamente, aquí te veo.
Ernesto: Pero, ¿cómo...como has sabido?
Ernesto: Por una casualidad. Verás. Rondaba frente a tu casa, imaginándome verte en los balcones, fresca como una rosa y encantadora como siempre, cuando con gran asombro mío veo salir sigilosamente a tu hermano Luis; ¡tate! me dije. Aquí hay gato encerrado. Y como tocó la coincidencia que la casa vecina estaba desocupada, aquí me tienes.
Amparo: Bueno, Ernesto; pero no vaya a verte alguien en esa postura, con lo cual nos comprometerías. Voy a abrirte la puerta de calle y conversaremos unos pocos minutos con más tranquilidad.
Ernesto: (asustado). ¡Ay!
Amparo: ¿Qué es eso?
Ernesto: Que me parece que tiembla...
Amparo: De veras. Por Dios, bájate.
Ernesto: Hasta luego. (Ernesto desaparece tras el tejado).

ESCENA DÉCIMA

Amparo, Consuelo, Esperanza y Robustina.

Consuelo: (entrando): Mamá ... mamá. Está temblando...
Esperanza: ¡Dios mío, qué susto!
Consuelo: Amparo...
Esperanza: Lucho...
Consuelo: Salgamos a la calle.
Robustina: No. A la calle, no, Por nada del mundo.
Consuelo: Yo me siento mal.
Esperanza: Las piernas no me sostienen.
Amparo: Y parece que sigue todavía.
Consuelo: Con seguridad que va a venir otro remezón Nunca viene uno soío.
Fsperanza: Siempre me acuerdo del terremoto de...
Consuelo (asustadísima): ¿No lo decía? :O¡:ía w:; Y con i.m ruido iníemai.
Amparo: Corramos a 1a, calle.
Consuelo: Salgamos, si. (Llamando.) Lucho,.. Lucho.
Esperanza: Parece que no está. ¿Habrá salido?
Robustina (imperativa): Bajad la voz, y estaos quietas. Aprended de vuestra madre... (Aparte), que tampoco las tiene todas consigo. ¿No veis? Ya pasó (pequeña pausa.) ¡Ea! A recogeros, niñas, que ya es hora de entregarse al reposo. En cuanto a ese insubordinado de Lucho, mañana arreglaremos cuentas.
Consuelo: Cualquiera duerme tranquila.
Esperanza: Esta vida es insufrible.
Robustina: Basta de rezongos.
Consuelo: Cualquiera encuentra marido con esta situación.
Esperanza: Nadie quiere casarse.
Robustina: Paciencia, hijas mías.
Consuelo: Buenas noches, mamacita.
Esperanza: Que reposes bien.
Robustina: Lo mismo digo, hijitas. Hasta mañana. (Se van primero Consuelo, Amparo y Esperanza por distintas puertas; luego, Robustina.)

ESCENA UNDÉCIMA

Amparo, sola.

Amparo: (Saliendo de su cuarto y entrando a escena de puntillas.): El pobre Ernesto debe estar esperándome. Voy a abrirle la puerta y charlaremos un momento. En seguida vuelvo.

ESCENA DUODÉCIMA

Amparo y Ernesto.

Amparo: Chits. Calladito. Que nadie se entere.
Ernesto Nadie, alma de mi alma... (le declara cómicamente su amor).
Amparo: ¿Y cuentas ya con algo para nuestra boda?...
Ernesto: Cuento con la muerte de mi tío y padrino Sebastián, que, como no tiene familia y me profesa un cariño entrañable, me instituirá su único heredero.
Amparo: ¿Y tendremos que esperar que fallezca para ver realizados nuestros ideales?...¡Qué triste y fúnebre es eso!
Ernesto: La vida es así (filosóficamente). "De la muerte nace la vida, en una constante renovación..." que sería largo explicarte... porque los minutos son preciosos. ¿Me quieres mucho, verdad?
Amparo: ¿Y me lo preguntas, ingrato? Te amo locamente. Pienso en ti a todas horas. Sueño contigo casi todas las noches.
Ernesto: ¿Qué sueñas? Dime.
Amparo: Sueño que yo estoy toda vestida de blanco, tú de frac, correctísimo, y frente a nosotros... el sacerdote bendiciéndonos. Cincuenta automóviles lo menos, esperando afuera en la calle la salida de la concurrencia.
Ernesto: Yo sueño lo mismo, pero en una parroquia humilde. (Aparte) Así se gasta menos.
Amparo: ¡Qué ocurrencia! Y ¿el qué dirán?
Robustina (adentro): Auxilio... Amparo ... Consuelo... Esperanza.
Amparo: Virgen santa. ¿Qué ocurrirá?... Escóndete aquí. En seguida saldrás. Yo te avisaré. ¿Qué pasará?... (Ernesto se oculta entre las plantas). ¡Ay, qué susto!

ESCENA DECIMOTERCERA

Amparo, Consuelo, Esperanza y Robustina.

Consuelo (entrando): ¿Qué ocurre?
Esperanza (entrando): ¿Qué pasa?
Robustina (entrando rápidamente, con bata y gorro de dormir, presa de un verdadero pánico): Hijas mías... algo terrible. No puedo hablar.
Amparo: Pero ¿qué sucede? Explícate, por favor.
Robustina (con palabras entrecortadas): Sucede que hay ladrones... hay ladrones en la casa.
Consuelo: ¡Dios mío!
Esperanza (asustadísima): Huyamos.
Robustina (prosiguiendo su relato): Un bandido... barbudo y siniestro... quiso introducirse en mi dormitorio.
Amparo: ¡Qué horror!
Consuelo: Y ¿dónde está?
Robustina (desfallecida): No lo sé, hijas mías. No he tenido fuerzas sino para salir afuera para llamaros.
Esperanza: Llamemos a la policía.
Robustina (sobreponiéndose a su propia turbación): No. Eso no. Sería para que el ridículo cayera sobre nosotras. Ustedes saben que no estamos aquí. ¿Entienden? Estamos en Zapallar, de manera que si nos roban, debemos dejarnos robar.
Amparo: Pero, mamá...
Consuelo: Debemos hacer algo.
Robustina: Si hubiera un hombre a quien acudir...

ESCENA DECIMOCUARTA

Dichos y Ernesto.

Ernesto (presentándose bruscamente, al oír las últimas palabras): A svis órdenes, señora.
Consuelo: ¡Uy!, el ladrón... (corre desesperada.). Esperanza, huyamos.
(Consuelo y Esperanza se van, dando gritos. Doña Robustina cae desmayada en un sillón. Ernesto no halla qué hacer, Amparo está toda confundida).
Ernesto: Pero, Amparo mía ¿qué ocurre?
Amparo (sobresaltada): Ocurre que... hay ladrones en casa, y no hallamos cómo expulsarlos. Estamos solas. Toca la casualidad que Lucho y papá salieron. ¿Qué hacer?
Ernesto: Ante todo, serenidad ... calma, yo lo prenderé.
Amparo: Gracias, Ernesto mío. Gracias.
Robustina: (volviendo en sí). ¿Se fue el ladrón ya?
Ernesto (respetuosamente): Señora
Robustina (cayendo nuevamente en el sillón): Por favor, no me mate usted.
Ernesto: No, señora. Si no pienso en matarla, usted esta equivocada. Yo soy Ernesto, que amo a su hija Amparo, y he venido aquí a salvar a usted y a los suyos de la audacia de los bandoleros.
Robustina: ¿Es verdad, hija miar1
Amparo: Sí, mamacita. Es mi novio.
Robustina: ¡Oh, caballero! ¿Cómo le podremos pagar este favor? Busque usted al ladrón y échelo fuera... sin que se entere la policía, sin que se entere nadie.
Ernesto: Bien, señora. Acato sus órdenes. Voy a proceder a registro de las habitaciones. Mientras tanto, ocúltese usted con Amparo y no salga hasta que yo la llame.
Robustina: Bueno. (Aparte.) Estoy más muerta que viva. (Se van Amparo y Robustina.)

ESCENA DECIMOQUINTA

Ernesto, solo.

Ernesto: Lo malo es que no traigo arma alguna. (Se registra los bolsillos.) ¿Y si el bandido lleva puñal?... (Pausa) ¡Ea!... ánimo... resolución. (Dirigiéndose a una puerta y retrocediendo.) Pero no, no me atrevo... ¡Qué falta me hace mi revólver! Hay que tener presente que está empeñado... mi amor propio, mi honor de caballero. Debo, pues, afrontar la situación. ¿Qué hacer? La verdad es que yo, al salir de casa, no me figuré el lío en que iba a meterse. Pero, por ella,, estoy dispuesto a iodo. Moriré por ella corrió un paladín de los tiempos heroicos. (Transición). El escándale.' que voy a formar si el ladrón pretende atacarme, va a ver para contarlo. La verdad es que tengo miedo de penetrar en las habitaciones. Yo preferiría esperarlo aquí, en el patio. Aquí hay más cancha, más campo para la lucha... y para huir en caso necesario. Pero no. Huir no. ¿Qué diría mi Amparo? Debo mostrarme ante sus ojos como un valiente. Venga, pues, corno revólver improvisado, la llave de mi casa. Con ella apuntaré al bandido, si se atreve a presentarse.

ESCENA DECIMOSEXTA

Ernesto y Amparo.

Amparo:¿Lo encontraste, Ernesto?
Ernesto: No. Todavía no; pero estoy buscándolo. Debe estar escondido ¿sabes? Posiblemente me ha visto y ha dicho para sí; voy a tener que habérmelas con un hombre... "ésta no es conmigo"... Y se ha ocultado.

ESCENA DECIMOSÉPTIMA

Dichos y Robustina.

Robustina (entrando): ¿Encontró usted al bandido ya?
Ernesto: Todavía no, señora, pero estoy buscándolo, debe haberse escondido, posiblemente debajo de las camas, porque no se ha puesto a alcance de mi vista.
Robustina: Búsquelo pronto, señor, para salir de esta situación angustiosa.
Amparo: Sí, Ernesto mío, búscalo, pero no arriesgues tu vida. 'Tú sabes que ella me pertenece.
Ernesto: Voy, amada mía voy (con un gesto heroico.) Empiezo a registrar las habitaciones... (aparte) y empiezo a sentir un temblor de piernas que no puede sostenerme. (Entra por una puerta lateral.)
Amparo: Tranquilízate, mamá, por Dios. Ya ves. Ahora no estamos solas, tenemos quién nos defienda. Y Ernesto es un valiente, no cabe duda.
Robustina: (asustada). Escóndete, hija mía. Escóndete.
Amparo:¿Qué hay?...
Robustina: El bandido... ¿ves?... El bandido... el hombre barbudo (se refiere a Procopio, que entra pensativo a escena, sin verlas),
Amparo: (corriendo a ocultarse con su madre en el costurero): ¡Virgen santa!

ESCENA DECIMOCTAVA

Procopio, solo. Luego, Ernesto.

Procopio (entrando; trae puesta la barba postiza, el cuello del sobretodo levantado, lleno de tierra; en una palabra, está inconocible. Viene bastante bebido.): Yo no sé qué le ha dado a mi mujer por huir de mí. El hecho de que yo haya tomado unas cepitas... no es motivo suficiente para que huya así. La verdad es que bebí mucho. Cosas de Jerez... que me retuvo en su casa más de lo que yo pensaba.
Ernesto: (entrando): ¡Caracoles! Aquí está el ladrón... (Dirigiéndose a Procopio.) ¡Miserable... (Apuntándole con la llave.) Salga usted afuera... o, de lo contrario, hago fuego...
Procopio: Pero, hombre, ¿quién es usted? ¿Por qué está aquí?
Ernesto: Eso es lo que yo le pregunto a usted, so bandolero... Y no se acerque más ... porque disparo...
Procopio: Habráse visto.
Ernesto: Salga de esta casa inmediatamente.
Procopio (aparte): Pero ¿estoy soñando? ¿O me habré equivocado de casa?... Como veo medio turbio. Pero no. Por el Zapallar la reconozco.
Ernesto (aparte): Vacila, tal vez, entre fugarse o atacarme. ¿Irá a sacar sus armas?
Procopio: (bruscamente): Caballero tendrá usted que explicarme cómo se encuentra aquí.
Ernesto: (retrocediendo): No tengo que explicarle nada. Salga usted a la calle

ESCENA DECIMONOVENA

Dichos, Consuelo, Esperanza y un carabinero. Luego, Amparo y Robustina.

Consuelo: (entrando): Por aquí...
Esperanza: (entrando) Pase usted.
Carabinero (entrando): ¿Dónde está el ladrón?
Procopio (señalando a Ernesto): Ahí..
Ernesto (señalando a Procopio): Este es. Carabinero:¿En qué quedamos? ¿A cuál me llevo preso?...
Consuelo (en la duda): Llévese a los dos.
Amparo (entrando): No. Eso no, Carabinero, el ladrón es ese hombre barbudo. ¿Verdad, mamá?
Robustina (que ha entrado con Amparo): Sí, carabinero.
Ese hombre es el que quiso introducirse en mi cuarto.
Procopio: Naturalmente.
Carabinero: ¡Entonces hay circunstancias agravantes: robo nocturno, con premeditación y alevosía.
Procopio: (aparte): ¿Pero es que estoy soñando?... No, la culpa la tiene Jerez que me hizo tomar tanto.
Ernesto: Concluyamos.
Robustina: Sí, sáquelo usted fuera (aparte al carabinero) y déjelo en libertad. No queremos que se
pase parte.
Carabinero (aparte): Este es un lío.
Procopio (a Robustina): Bueno. Dejémonos de bromas y vamos a acostarnos, hijita.
Robustina:¿Otra vez?
Ernesto: Yo lo mato. (Apunta con la llave.)
Amparo (interponiéndose): No. No lo mates. Por favor, Ernesto mío
Procopio: ¡Ah! Con que "Ernesto mío" ¿eh? Muy bien, muy bien.
Robustina (aparte): Esa voz...
Carabinero: Basta de escándalos. Vamonos para la comisaría. (Toma a Procopio de un brazo)
Ernesto: Sí. Eso es.
Procopio: Pero, Robustina, ¿permites que me lleven preso?...
Consuelo (extrañada): Sabe su nombre...
Procopio: No me conoces? Soy tu marido.
Robustina: dudosa: ¿Procopio?,. ¿Pero esa barba?
Procopio: De veras. No me la había quitado. (Se la quita.) Ha sido un olvido. Como tengo la cabeza trastornada.
Robustina: ¿Era postiza?
Procopio (aparte a Robustina): Sí. Me la puse para que no me reconocieran; para guardar el incógnito, por obedecerte-.
Ernesto (aparte): ¿Cómo explicar? (Queda pensativo.)
Procopio (a Robustina): Y luego, hija mía, que la verdad se ha de decir: pasé a tomar unas copi-tas.
Robustina: ¿Y el susto que me has dado?
Procopio: Se pasará. Pasará, como a mí también se me pasará... la borrachera.
Ernesto (aparte a Amparo): ¿Y qué hago yo en esta situación?
Amparo (aparte a Ernesto): Pedirle perdón, naturalmente, y en seguida pedirle mi mano. La ocasión la pintan calva.
Ernesto (aparte para si): No me queda otro recurso. (Arrodillándose.) Perdón, papá.
Procopio: ¿Cómo es eso de "perdón, papá?
Ernesto: Sí, señor. Yo amo a su hija locamente. Yo deseo hacerla mi esposa, ante Dios y ante los hombres, con todos los requisitos legales.
Procopio (indignadísimo): Sinvergüenza. ¿Y me quería asesinar y echarme a la calle? Carabinero, lléveselo preso. (El carabinero intenta llevarse a Ernesto.)
Amparo (interponiéndose): No, eso no. Papacito lindo. Perdónalo. Si no nos perdonas... si no consientes en nuestra unión... moriremos...
Robustina: Perdónalos, Procopio. En lo que solicitan, llevan la penitencia.
Procopio: ¿Pero, usted cuenta con algo?
Ernesto: Sí, señor, cuento con... Bueno, le diré. Yo soy de familia rica y, aparte de esto, estoy ocupado en el ministerio. Luego me van a ascender, tengo personas influyentes que podrán conseguirme un puesto de importancia con una renta apreciable, y nada nos faltará.
Procopio: Vaya vaya... Los perdonaré. ¡Qué hemos de hacerle! (Los abraza)
Carabinero: ¿De manera que no hay ladrones ni hay nada?
Ernesto: Sí, los hay: (por Amparo) esta niña, que me ha robado el corazón.
Procopio: (refiriéndose a Robustina). Y esta mujer que me roba la libertad.
Carabinero: Bueno, dejarse de bromas, que no estoy para pláticas, Yo voy a pasar el parte...
Robustina: No, No. (A Procopio). Pásale algo para que no dé un escándalo. Es preciso que todos ignoren lo que ha ocurrido aquí.
Procopio (al carabinero): Tome, joven... (le pasa dinero) para cigarros, y para un trago si a mano viene.
Carabinero: Se agradece. Buen dar con las cosas que pasan.
Robustina: Bueno. Adiós. Y mucho silencio.

ESCENA VIGÉSIMA

Dichos, menos el carabinero.

Procopio (dirigiéndose a Robustina): Y ahora, hija mía, convendrás conmigo en que así no se puede vivir...
Consuelo: Pasamos en constante zozobra. Esperanza: En perpetua alarma.
Amparo, incendio, temblores, ladrones... Es un martirio estar encerrada. Volvamos a Santiago mamá. Es decir, ya que estamos en él, volvamos "socialmente" por medio de los periódicos. Robustina: Bueno. Ya está. ¡Qué ha de hacérsele! Acepto. (A Consuelo.) Escribe, hija mía. (Consuelo se sienta a la mesa, toma un block se dispone a escribir.) (Dictándole): "Han regresado de Zapallar el eminente abogado don Procopio Rabadilla, su distinguida esposa doña Robustina Jaramillo y sus encantadoras hijas Amparo, Consuelo y Esperanza."


1. EDUARDO VALENZUELA OLIVOS (1882-1948).
OBRAS: Una aventura de Manuel Rodríguez, La Epopeya de Iquique,
Doña Paula Jara Quemada.